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La Escuela de Pont-Aven

La amalgama de corrientes tendencias y estilos artísticos que conviven desde 1886, fecha de la última exposición impresionista, hasta los primeros años del siglo XX, se denomina, no sin cierta polémica, como Postimpresionismo, un término aplicado en 1910 por el crítico inglés Roger Fry a raíz de una exposición de cuadros franceses celebrada en Londres que exhibía obras de Gauguin, Van Gogh, Cézanne, Seurat, Signac y Sérusier entre otros.

Una de tantas ideas novedosas de este período fue el Simbolismo, con premisas como la huida de la realidad y el rechazo de la plasmación mimética de la naturaleza, así como el descubrimiento de nuevas culturas y civilizaciones mediante los grandes viajes, fuera de la civilización moderna e industrial, tomando especial relevancia las culturas ancestrales y primitivas.

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“Lavanderas en el Laïta”, Paul Sérusier, 1892. Musée d’Orsay, París.

Este ideal de evasión y búsqueda de lo rústico y lo primitivo tuvo un punto de encuentro en Pont-Aven, un pueblo de la Bretaña francesa que desde mediados de siglo se había convertido en una colonia de artistas de todas las procedencias, sobre todo en verano. Comenzaron a llegar gracias a la construcción del ferrocarril, buscando inspiración en los paisajes, en la vida campesina de sus habitantes y en las toscas iglesias e imaginería medievales. La Bretaña era entonces una región aislada y ancestral, de rígido catolicismo y de gentes vestidas con trajes tradicionales y los artistas podían disfrutar de un entorno pintoresco y virgen por un precio mucho más razonable que París.

Paul Gauguin (1848-1903), pintor de padre francés y madre peruana, era aventurero, inquieto y gran viajero. Tras conocer a los impresionistas, abandonó su trabajo de corredor de Bolsa para dedicarse a la pintura, colgando sus obras en las exposiciones del grupo. Era una persona muy interesada tanto por el arte primitivo como por el de Extremo Oriente o el egipcio.

En verano de 1886 visitó Pont-Aven por primera vez, buscando el estado salvaje y primitivo que anhelaba, y se dedicó a pintar a la manera impresionista hasta que conoció a Émile Bernard (1868-1941), un joven pintor apasionado por la Edad Media y especialmente por las vidrieras de colores de los templos góticos, que había desarrollado una pintura basada en figuras de gran simplificación, sin ningún modelado, compuestas por grandes manchas brillantes perfiladas con contornos oscuros, un estilo que él mismo denominó Cloisonnisme, basado en las fórmulas de las estampas japonesas pero con una composición que recordaba a los vitrales emplomados medievales, con sus colores separados por divisiones metálicas. Bernard creaba unas pintura totalmente alejada de las normas tradicionales del realismo, con figuras planas, sin sombras y colores muy intensos. Además, era un hombre muy culto e informado con el que todo el grupo de Pont-Aven podía mantener exquisitas conversaciones sobre historia, política, filosofía, estética o arte.

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“Cosechando un campo de trigo”, Émile Bernard, 1888. Musée d’Orsay, París.

El contacto con Bernard y su obra inspiró a Gauguin para buscar un lenguaje propio, superar el Impresionismo. Fue entonces cuando pintó “La visión después del sermón: Jacob y el ángel” en el año 1888, un lienzo revolucionario, de gran repercusión e influencia en el resto de pintores instalados en Pont-Aven. El cuadro recoge la visión que sufren unas campesinas al salir de la iglesia y tras haber escuchado el sermón del párroco. La composición del cuadro consta de varias perspectivas yuxtapuestas, con grandes superficies de colores planos y contornos oscuros. La escena representada está partida en dos por el tronco de un árbol que cruza en diagonal el lienzo, en la esquina superior se desarrolla la lucha de Jacob y el ángel en medio de un prado pintado de color rojo intenso y en la inferior, en un primer plano, se sitúan las mujeres que contemplan la escena, unas de espaldas y otras de perfil, con cofias blancas en sus cabezas y ocupando prácticamente la mitad del lienzo, alterando la escala de proporciones. No hay ninguna sombra y los colores son alegóricos e irreales, elegidos según el significado que han de tener o el estado de ánimo del pintor. El cuadro fue muy bien acogido por la crítica de la época.

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“La visión después del sermón: Jacob y el ángel”, Paul Gauguin, 1888. Galería Nacional de Escocia.

Otro cuadro de Gauguin en Pont-Aven fue “El Cristo amarillo”, de 1889, en el que pintó a un crucificado tosco y hierático, como las figuras de culto populares y también con unos colores totalmente desvinculados de la realidad.

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“El Cristo amarillo”, Paul Gauguin, 1889. Albright-Knox Art Gallery, Buffalo, USA.

“La Bella Àngele”, pintado en 1889 es un retrato de Marie-Angelique Satre (la hija del propietario de un café de Pont-Aven), inspirado en los grabados japoneses. La retratada está desplazada a un lado del cuadro y representada dentro de un óvalo, no hay ninguna perspectiva y la modelo está pintada de forma tosca y primitiva, por lo que rechazó el cuadro nada más verlo. El rostro de la señora es totalmente impersonal y contrasta con el detallismo de sus vestimentas bretonas. El cuadro fue comprado por Degas.

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“La bella Àngele”, Paul Gauguin, 1889. Musée d’Orsay, París.

Gauguin se obsesionó por evitar toda relación entre sus obras y la realidad. Para él la visión de un tema despertaba unas sensaciones, una forma y un color que luego reconstruiría en sus cuadros. Pronto se convirtió en el líder de los artistas de Pont-Aven, que siguieron sus enseñanzas al margen de la Academia, practicando un estilo al que llamaron Sintetismo, que daba protagonismo a la línea, el color y la forma, inspirado en el arte medieval y, muy difusamente, en el Simbolismo, con una temática eminentemente bretona. En 1889, coincidiendo con la Exposición Universal y aprovechando que todos los artistas de la avant-garde habían sido excluidos de sus pabellones, organizó la Exposición Volpini en los locales del Café des Arts de París, con el nombre de “Pinturas del Grupo Impresionista y Sintetista”. En ella expusieron, aparte del mismo Gauguin, pintores como Charles Laval, Émile Bernard o Émile Schuffenecker y resultó un completo fracaso siendo solo revalorizada posteriormente por la historia del arte.

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“Ronda de niñas bretonas”, Paul Gauguin, 1888. National Gallery, Washington.

Pont-Aven ya comenzaba a saturarse de aspirantes a pintor, por lo que Gauguin, después de la Exposición Volpini, se trasladó a Le Pouldu, un núcleo de pescadores a unos pocos kilómetros de distancia, buscando más tranquilidad. Allí le siguieron Meijer de Haan, Charles Filiger y Paul Sérusier, pasando juntos todo el invierno. Esta sería la genuina Escuela o Grupo de Pont-Aven, unos pintores más o menos amigos conviviendo, pintando, discutiendo y divirtiéndose. Los miembros del grupo generalmente trabajaban todo el día, al aire libre, y cuando se hacía de noche se mostraban los resultados unos a otros, embarcándose en largas conversaciones. Su arte se radicalizaba cada vez más, en su continua búsqueda de lo oculto y la sensación, renegando del Sintetismo y explorando nuevos estilos. Casi todos acabaron alojados en la Buvette de la Plage, una posada regentada por una mujer llamada Marie Henry, a la que los pintores rebautizaron como Marie Poupée. Actualmente se puede visitar una reconstitución de la posada que alberga un pequeño museo.

La Buvette de la Plage, Le Pouldu.

Meijer de Haan (1852-1895) fue un pintor holandés que, despues de visitar la Exposición Volpini y muy interesado por el Simbolismo y el Sintetismo, viajó a Bretaña para integrarse en el grupo de Gauguin y poder asimilar sus técnicas pictóricas. Meijer pertenecía a una rica familia judía de Amsterdam y mantenía económicamente a Gauguin a cambio de “cursos” de pintura. Comenzó a asimilar sus ideas, adquiriendo el dominio del modelado mediante el color y animando los trasfondos introduciendo azules, malvas y rosas. Sus composiciones están a menudo dominadas por diagonales muy marcadas.

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“Maternidad: Marie Henry amamantando a su hija Marie-Léa”, Meijer de Haan, 1890. Colección Privada.

Meijer se convirtió en el amante de la dueña de la posada y la pintó en el cuadro “Maternidad: Marie Henry amamantando a su hija Marie-Léa” en 1890. Él y Gauguin cubrieron las paredes del comedor del hotel de pinturas al fresco que fueron arrancadas y vendidas en 1924. Cuando su familia dejó de mandarle dinero, volvió a Holanda, donde murió a los 43 años de edad. Su obra ha tenido muy mala suerte y con el devenir de los años muchos de sus cuadros se vendieron, robaron o desaparecieron.

Charles Filiger (1863-1928) se trasladó desde París a la zona de Pont-Aven y se instaló en el Hotel de Marie Henry junto con los demás pintores en un ambiente de gran camaradería. Su obra no es muy extensa, se dedicó principalmente al pequeño formato y era muy meticuloso en sus trabajos, que tienen cierto aire místico y espiritual. Aparte de óleos, pinto muchas acuarelas y gouaches sobre papel o sobre cartón.

Charles Filiger

“Paisaje de Le Pouldu”, Charles Filiger, ca.1892. Musée des Beaux-Arts de Quimper.

Paul Sérusier (1864-1927) se trasladó también desde París a Pont-Aven buscando un ambiente más primigenio y rural. Allí se encontró con Gauguin, del que aprendió el uso exagerado de los colores. Bajo su supervisión pintó en 1888 su obra más emblemática, “El talismán”, en la tapa de una caja de puros de madera. Representa un bosque, un paisaje sin forma y de colores puros, sin mezcla, que es un verdadero anticipo del arte abstracto. En el proceso de creación de la obra Gauguin aconsejó a Sérusier que pintara lo que él quisiera, sin necesidad de que fuera algo referido a la realidad, “Arte es lo que tú ves, la emoción que te produce” le dijo, “¿Cómo ve usted los árboles? Son amarillos. Pues bien, ponga amarillo; esta sombra, más bien azul, píntela de color ultramar puro; ¿esas hojas rojas? ponga bermellón”. La obra causó conmoción en París y se exhibía como un tesoro, de ahí que la llamaran “El talismán”.

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“El talismán”, Paul Sérusier, 1888. Musée d’Orsay, Páris.

El cuadro fue esencial para la creación del grupo de Los Nabis, palabra hebrea que significa profeta, considerado como un nuevo movimiento simbolista que dominaría el panorama artístico parisino durante la década de 1890 y cuyas características básicas eran el espíritu de síntesis, arremetiendo contra las reglas establecidas del ilusionismo, la ornamentalidad y la aplicación de colores intensos que no se correspondían con la realidad, ignorando las tonalidades y los volúmenes. El éxito de los Nabis se debió en gran parte a que pintaban temas tradicionales o religiosos, muy del gusto de la burguesía de la época. Una de las obras principales del movimiento es “Las Musas”, pintada por Maurice Denis en 1893.

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“Las Musas”, Maurice Denis, 1893. Grand Palais – Musée d’Orsay, París

La Escuela de Pont-Aven acabó físicamente en abril de 1891 cuando Gauguin, obsesionado por encontrar la autenticidad de lo primitivo, se marchó por primera vez a Tahití y el grupo de pintores se dispersó. Pero su influencia continuó unos cuantos años en todos ellos.