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“La Fragua de Vulcano” de Velázquez, 1630

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LA FRAGUA DE VULCANO

Óleo sobre lienzo, 223 x 290 cm.

Diego da Silva y Velázquez (1630)

Museo del Prado, Madrid

Pintura mitológica que muestra el momento en que Apolo le cuenta a Vulcano que su esposa Venus le está siendo infiel con el dios guerrero Marte. Está basado en la narración de Ovidio en Las Metamorfosis e inspirado en un grabado de Tempesta que disminuía los atributos divinos de los personajes, representándolos como seres mortales.

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“La fragua de Vulcano”, Antonio Tempesta, 1606.

Al igual que en otros cuadros de Velázquez, lo que parece la representación de una escena costumbrista, esconde en realidad un significado más elevado y sobrenatural. Esta barroca forma de proceder, disfrazando el verdadero significado de lo que el espectador está viendo, fue recurrente en el genio sevillano. Ya lo hizo en sus conocidos “bodegones a lo divino” en los que simples escenas de género ocultaban una narración bíblica o mitológica. Con ello dignificava este tipo de pinturas, considerado como de segunda fila en aquella época, y también a los criados y esclavos representados en la escena, al retratarlos junto a los personajes divinos.

Ejemplos de ello serían “la cena de Emaus” (entre 1618 y 1622) conocida como “La Mulata” hasta que en una limpieza del cuadro hecha en 1933 en la que se eliminó un repinte del fondo, se descubrió que existía una ventana (o el reflejo de un espejo) a través de la cual se veía la escena de la cena de Emaus descrita en el Evangelio de Lucas. Algo similar ocurre en el cuadro de “Las Hilanderas” (1655-1660) que en realida narra la fábula de Aracne.

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“La cena de Emaus” (La Mulata), Diego Velázquez, ca. 1618-1622. National Gallery, Dublín.

La fragua de Vulcano fue realizada durante el primer viaje de Velázquez a Italia, junto con el cuadro de La Túnica de José que actualmente se conserva en la Sacristía del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Ambos fueron comprados por el rey en 1634 y destinados originalmente al Palacio del Buen Retiro, donde se complementaban al enfrentar mitología con iconografía cristiana.

En ambos cuadros, Velázquez se centra en representar una escena de conflicto. El momento en que va a desencadenarse un drama, hecho que aprovecha para desplegar una prodigiosa recreación de gestos y actitudes de gran emoción. Es por ello que es muy importante contextualizar la fragua al lado de su pareja de la túnica.

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“La túnica de José”, Diego Velázquez, 1630. Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial.

Estamos ante un cuadro eminentemente barroco, con una escenografía muy teatral, pero alejada del tenebrismo caravaggiano. El espacio en el que se desarrolla la escena está totalmente iluminado, es real y se distingue perfectamente.

El pintor mezcla el estudio del modelo al natural, con los desnudos académicos influenciados por la escultura grecorromana que tuvo ocasión de ver en Italia. La escena tiene una apariencia similar a un friso romano, en el que un Apolo con apariencia de adolescente de piel blanca y suave se enfrenta a Vulcano y los cíclopes, representados como un grupo de hombres curtidos, con rostros de gente del pueblo, barbudos de piel morena, sin ninguna idealización.

Por lo que respecta a la técnica. Velázquez retrata con gran detallismo las figuras más cercanas y va difuminando las formas conforme se alejan en profundidad, al estilo de los cuadros italianos que pudo estudiar en su viaje. Un análisis de la obra descubrió que el pintor utilizó una base gris clara en lugar de la marrón que utilizaba habitualmente, dándole a la obra una apriencia similar a las de los pintores de la Escuela Boloñesa, como Guido Reni o el Guercino.

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Respecto a la teatralidad del cuadro, todos los personajes están pendientes de Apolo, mirándolo con estupor y sorpresa después de lo que ha dicho. Vulcano lo mira duramente e incluso hay un personaje que está pintado con la boca abierta con un realismo casi fotográfico.

Hay quien sostiene que el cuadro también tiene la significación burlesca de la fábula del “cornudo”, en la que un hombre feo estaba casado con una mujer excepcionalmente bella. Seguramente esa no fue la intención de Velázquez, que lo que hizo fue plasmar el momento de la manera más humana posible, incluso obviando las deformidades atribuidas a Vulcano en las narraciones mitológicas y trasladando el mito a una simple herrería castellana.

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