PRESENTACIÓN

“El Ebro tiene un hermoso puente de piedra para entrar en la ciudad (…) fuera hay un palacio que es como un castillo hecho por los reyes moros, donde habita el virrey (…) la tierra junto al río es fértil, hermosa y llena de árboles; pero lo demás es estéril, inculto y desierto; en la ciudad, sin embargo, hay abundancia de comestibles, por lo que se dice: Barcelona, la rica; Zaragoza, la harta; Valencia, la hermosa”.

Andrea Navaggiero, embajador veneciano ante la Corte de Carlos V, 1525.

“Zaragoza, la Harta” fue el título de mi Trabajo de Fin de Grado de Historia del Arte, centrado en uno de los períodos artísticos más interesantes de la historia de la ciudad, circunscrito dentro de las corrientes renacentistas que, desde la península italiana, se habían extendido por toda Europa.

La máxima implantación de la arquitectura renacentista civil en Zaragoza se desarrolló en el siglo XVI, curiosamente en el momento en el que comenzó a verse desplazada, de forma definitiva, de los centros de poder establecidos por la Monarquía Hispánica después de su unificación dinástica.

Paradójicamente, en ese contexto político desfavorable, la ciudad gozó de un período de bonanza económica en el que una nueva clase social urbana emergente, constituida por mercaderes, altos funcionarios y segunda nobleza, encargó grandes residencias urbanas que renovaron su fisonomía. Fue el paso de la urbe medieval a la moderna, en el que muchos viejos edificios fueron sustituidos por otros nuevos que causaron admiración a viajeros y visitantes.

Por lo que respecta a alta nobleza, residente en sus dominios rurales, hubo que esperar a finales de siglo para que comenzara a trasladarse paulatinamente a la ciudad, convertida en un espacio de poder político y económico, construyéndose espectaculares residencias para destacar sobre todos los demás.

El palacio fue la primera tipología arquitectónica en la que se aplicaron las formas renacentistas. Hubo un cambio en la concepción que se tenía de este tipo de edificios, produciéndose una “exteriorización” de su arquitectura y dejando de tener un carácter meramente funcional, entendiéndose las fachadas como un componente de la escenografía urbana y una proyección del poder de sus dueños, lo que supuso una mayor preocupación por su embellecimiento, influenciada en parte por los tratados arquitectónicos publicados.

Las formas clásicas inspiradas en el Renacimiento italiano empezaron a generalizarse en la década de 1520. Pero, al igual que ocurría en el resto de España, su implantación en Zaragoza fue un fenómeno más bien epidérmico. No fue el resultado de un proceso de experimentación y debate, como había sucedido en la península italiana, si no que se limitó básicamente a la importación de un sistema plástico ya elaborado e impuesto con gran éxito en otros lugares. Hubo cierta tendencia a la ordenación y a la búsqueda de la simetría y el equilibrio en los volúmenes, pero la estructura fundamental de los edificios, mezcla de gótico y mudéjar, permaneció más o menos constante, sin someterse a excesivos cambios. Es unánime la influencia de los palacios florentinos, si bien adaptados a la tradición constructiva anterior y a la mentalidad de la sociedad zaragozana, mucho más conservadora que la florentina.

Enrique Cock, notario apostólico y arquero de la guardia real de Felipe II, escribió en su visita a la ciudad en 1585 por motivo de la boda de la infanta Catalina Micaela con el duque de Saboya: “Los palacios de los caballeros y las casas de muchos ciudadanos son de tal grandeza y gala que entre todas las ciudades de España, a juicio y parecer de todos los curiosos, tiene Zaragoza ventaja”.

La importancia de la arquitectura civil del siglo XVI radicó más en la creación y consolidación de un prototipo de casa aragonesa, que perduró hasta siglos después, que en la existencia de hitos arquitectónicos paradigmáticos concebidos desde el punto de vista del Clasicismo y el Humanismo. Es precisamente ese carácter genuino y acotado geográficamente a la zona centro de Aragón y sur de Navarra, el que da valor a esta tipología arquitectónica y la hace merecedora de reconocimiento.

CONTEXTO HISTÓRICO

En 1517, con la muerte de Fernando II el Católico y la subida al trono de su nieto Carlos I, el Reino de Aragón se integró dentro de la Monarquía Hispánica de la Casa de Austria, cuyo centro de poder estaba en Castilla. A partir de entonces la figura del Virrey de Aragón asumió la representación de la monarquía en el Reino, actuando por delegación directa del rey. Aunque todos los territorios de la Casa de Aragón gozaban teóricamente de autonomía política y jurisdiccional, en realidad se gobernaban desde Castilla.

El primer Virrey de Aragón fue Alonso de Aragón (Cervera, 1470 – Lécera, 1520), Arzobispo de Zaragoza e hijo natural de Fernando el Católico, responsable de la reforma renacentista de la Seo de San Salvador. Otro Virrey importante fue Don Hernando de Aragón y Gurrea (Zaragoza, 1498 – 1575), gran mecenas de las artes y precursor de la construcción de la Lonja.

Fue un periodo estable en el que no sucedieron acontecimientos de gran trascendencia histórica en una ciudad que, incluida dentro del inmenso imperio heredado por Carlos I, se encontraba cada vez más aislada políticamente, aunque gozaba de gran bonanza económica debido a su situación geográfica donde convergían las rutas comerciales que conectaban los puertos catalanes y Francia con el centro de la península ibérica.

En el año 1556, con la subida al poder de Felipe II  y el establecimiento de la Corte en Madrid, el Reino de Aragón comenzó a perder definitivamente su autonomía y Zaragoza la menguada importancia política que le quedaba. El nuevo rey, a diferencia de su padre, no respetaba los fueros aragoneses y gobernaba autoritariamente desde Madrid. Se abrió entonces un período de revueltas campesinas y enfrentamientos nobiliarios que culminó en 1591 con las Alteraciones de Aragón, un levantamiento contra la corona que tuvo unas consecuencias terribles para el Reino, ya que, además de ordenar una dura represión, Felipe II redujo al mínimo el poder de las instituciones aragonesas, que a partir de entonces quedaron bajo su autoridad, ejercida de manera implacable hasta su muerte en 1598.

Todo empezó cuando Antonio Pérez, exsecretario de Felipe II, se refugió en Zaragoza en 1590, bajo el amparo del Justicia Mayor de Aragón, al ser acusado de alta traición contra el monarca y del asesinato de Juan de Escobedo, secretario del Consejo de Hacienda en la corte. Su apresamiento y juicio por el tribunal de la Inquisición fueron el detonante de una sublevación en la ciudad, al considerarse que se habían vulnerado los fueros aragoneses. Las revueltas fueron rápidamente sofocadas por las tropas reales y el Justicia Juan de Lanuza y Urrea (Zaragoza, 1564 – 1591) fue decapitado en castigo por su apoyo a los sublevados.

Placa conmemorativa en el lugar donde fue ajusticiado Juan de Lanuza. Actualmente el Mercado Central de Zaragoza.

ORGANIZACIÓN POLÍTICA

En el año 1126, el rey Alfonso I, el Batallador (c.1073 – Poleñino, Huesca, 1134), otorgó a Zaragoza el conocido como “Privilegio de los Veinte”, origen del posterior Concejo de Zaragoza, por el que se elegía a veinte vecinos que juraban los fueros y se comprometían a defender a la comunidad de ataques exteriores. En 1271 el rey Jaime I, El Conquistador, (Montpellier, 1208 – Alzira, 1276), legisló la existencia de doce jurados que junto a los veinte consejeros anteriores formaronn la asamblea conocida como Capítulo y Consejo, que se encargaba de gobernar la ciudad, siempre bajo la autoridad del rey, que era libre de disponer a su voluntad en la urbe.

Con los años, fueron ampliándose los oficios y cargos municipales y su elección fue complicándose hasta que finalmente, el rey Alfonso V, el Magnánimo (Medina del Campo, 1396 – Nápoles, 1458), decretó en 1442 la llamada “insaculación de cargos” , mediante la cual el monarca proponía una lista de personas aptas para los diferentes cargos municipales. La elección se hacía por sorteo al azar, introduciendo unas piezas de cera con los nombres en unas bolsas, de las que un niño sacaba a los elegidos para el cargo por el tiempo que correspondiera. Aparte, había algunos cargos designados directamente por los Jurados y Consejeros e incluso por el mismo rey.

La sede del Concejo eran las conocidas como Casas del Puente, hoy desaparecidas. Estaban pegadas a la parte posterior de la Lonja justo donde ahora está la plazoleta que la separa del Paseo Echegaray y Caballero.

La Corona de Aragón era lo que se conoce como una monarquía compuesta, una entidad política singular formada por diferentes territorios gobernados por un mismo rey, administrados respectivamente por instituciones similares, con las mismas atribuciones pero independientes unas de otras. No existía una capital fija, como se hizo habitual posteriormente en la Época Moderna. La corte del rey era itinerante y poseía residencias en muchos pueblos y ciudades donde alojarse en sus viajes. Eso si, el monarca debía coronarse en la Seo de San Salvador de Zaragoza, aunque después no residiera en la ciudad o la visitara esporádicamente. Con el matrimonio de Fernando II y Isabel I de Castilla, el alejamiento de los reyes respecto de la ciudad de Zaragoza se acentuó, pasando a gobernar desde las ciudades castellanas.

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La Corona de Aragón en el Imperio de Carlos V.

Dentro de la Corona estaba el Reino de Aragón, que, en el siglo XVI, territorialmente se correspondería más o menos con la actual Comunidad Autónoma. La Real Audiencia era el órgano encargado de impartir justicia en representación del rey. Había una en cada reino de la Corona, pero Fernando II  las unificó en 1494 con la creación del Consejo de Aragón, una institución fundamentalmente administrativa, con casi ninguna actividad política y judicial, destinada a aplicar la voluntad del rey y mera intermediaria entre la monarquía y las instituciones forales.

La Diputación General fue un órgano creado por las Cortes básicamente para recaudar los impuestos acordados por ellas. Gozaba de gran prestigio al ser la encargada de sanear las cuentas del Reino. Con el tiempo se convirtió en el órgano garante del ordenamiento jurídico del reino y defensor legítimo de sus territorios. Durante el siglo XVI tuvo muchos enfrentamientos con los virreyes debido a que estos permitían la entrada y salida de cereales sin su consentimiento y también porque intentaban nombrar cargos institucionales no naturales de Aragón.

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Mapa encargado por la Diputación de Aragón al cosmógrafo y matemático portugués Juan Bautista Lavaña.

La Corte del Justicia de Aragón era, básicamente, el organismo encargado de dirimir las diferencias entre el rey y los nobles aragoneses, o sea, equilibrar las fuerzas entre las tensiones feudales y las monárquicas. Era dirigido por el Justicia de Aragón, cargo mitificado por la historia debido a sus frecuentes enfrentamientos contra el cada vez más absolutista y centralizado reinado de los Austrias.

Las Cortes de Aragón eran convocadas por el rey (o un representante suyo) mediante una carta en la que debía estar escrito el motivo de la convocatoria y el lugar de celebración. A los grupos convocados a Cortes se les llamaba brazos, y en Aragón eran cuatro: La Alta y Baja Nobleza, el clero y el de las universidades, que aglutinaba a los representantes de una treintena de municipios. Como en el resto de organismos forales, el siglo XVI supuso una lucha continua de las Cortes contra el absolutismo monárquico.

Todos estos organismos tenían su sede en el Palacio de la Diputación o Casas del Reino, abandonado después de su incendio en los Sitios de Zaragoza de 1809 y situado donde ahora se levanta la Casa de la Iglesia, en la Plaza de la Seo de Zaragoza.

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Escudo de armas de la Diputación del Reino de Aragón. Franci Gomar y Fortaner de Usesques. 1448-1449. Museo de Zaragoza

URBANISMO

Zaragoza contaba con un doble recinto amurallado: el romano, un muro interior de unos tres kilómetros de perímetro que englobaba la planta rectangular de la ciudad romana y fue construido entre los siglos I y III d.C.. Hecho en gran de piedra, estaba lleno de huecos y aberturas y muchos de sus tramos estaban enmascarados dentro de los edificios. Y el medieval, un segundo muro exterior, construido entre los siglos XIII y XIV, de tapial y rejola, bastante deteriorado, que se usaba fundamentalmente para establecer cuarentenas durante las epidemias o para controlar fiscalmente los productos que entraban en la ciudad y, en muy pocas ocasiones, para defenderla en caso de conflicto.

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Panorámica de Zaragoza. Anton van den Wyngaerde, 1563, Biblioteca Nacional de Austria, Viena

En el siglo XVI las murallas de Zaragoza contaban con doce puertas, cuatro de origen romano y ocho medievales. A través del Puente de Piedra, construido en 1401, se llegaba a la Puerta del Ángel, considerada la entrada principal de la ciudad, a donde llegaban todos los viajeros procedentes del norte y de Cataluña. A pesar de su importancia, no queda ningún rastro visible de ella. Estaba situada entre la plazoleta trasera de la Lonja y el actual Palacio Arzobispal. Desde época romana se habían alzado diferentes puertas en el mismo lugar, pero la última (destruida en los Sitios de 1808) fue construida en 1492 con motivo de una visita a la ciudad de los Reyes Católicos. Debía su nombre a la escultura gótica del Ángel Custodio, atribuida a Pere Johan, (Tarragona, 1394/1397 – ¿?, c.1458) ,que estaba colocada en una hornacina sobre la puerta y que ahora está expuesta en el Museo de Zaragoza.

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Ángel Custodio, atribuida a Pere Johan. ca.1435-1445.

El trazado viario zaragozano era una mezcla del entramado ortogonal de los romanos y las calles en zigzag de los musulmanes. La mayoría de las vías no superaba los cuatro metros de anchura, a excepción de la del Coso, que era muy amplia para su época. El espacio urbano más grande era la Plaza del Mercado, por lo que era usada para la celebración de los principales eventos.

La ciudad era un caos circulatorio absoluto. Muchas calles estaban ocupadas por bancos construidos en las delanteras de las casas y tablados de madera, que entorpecían la circulación y generaban importantes problemas de tráfico. Se construían pasos elevados sobre las calles, para desplazarse discretamente de una casa a otra sin que nadie lo viera. Había callejones sin salida (llamados callizos) que acababan siendo usados por los vecinos como una propiedad privada, normalmente como una trasera de sus casas. Las autoridades hacían la vista gorda porque así se olvidaban de su mantenimiento. Se ejercía poco control en la construcción de sótanos, bodegas y pasos subterráneos, muchos de los cuales excedían de la línea de las fachadas afectando a la estabilidad de las calzadas, por lo que en 1550 un edicto prohibió el tráfico de carros por la mayoría de calles por motivos de seguridad.

Tal como escribía el Marqués de Langle en el siglo XVIII, seguramente exagerando un poco: “Fuera de la Calle del Coso, todas las calles de Zaragoza son tan oscuras, tan estrechas, tan sucias, tan fangosas, que a mediodía no se ve en ellas ni gota y jamás se puede poner en ellas el pie”.

Por lo que respecta a la evacuación de las aguas (tanto de lluvia como de las residuales), se usaba solo una parte de las cloacas romanas de Cesaraugusta y el resto iba por superficie, con el consiguiente foco de malos olores e infecciones que eso suponía. Muchas casas tenían pozos ciegos que, cuando se colmataban, eran vaciados en la vía pública. Se sabe que a mediados de siglo se habían construido varios desagües de agua en algunas zonas de la ciudad, pero las autoridades se quejaban de que muchas veces eran obstruidos por el incivismo de algunos ciudadanos que echaban en ellos todo tipo de basuras.

Durante el siglo XVI gran parte de la ciudad fue pavimentada, aunque ya había algunas calles que los estaban desde época medieval. Los pavimentos se hacían o bien de empedrado o bien de rejolas. Además, la intensa renovación de los edificios a la que se ha hecho referencia anteriormente, configuraron la ciudad como un conjunto de gran monumentalidad.

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Extensión de Zaragoza en el siglo XVI y recintos amurallados sobre mapa actual.

El Coso se consideraba una de las vías más destacadas y bonitas, siendo objeto de protección por parte de las autoridades. Debido a su achura y su situación a las afueras del denso casco urbano, muchos artesanos (principalmente carpinteros) lo usaban como lugar de trabajo al aire libre, dejándolo lleno de residuos. Esta costumbre fue prohibida en 1505 con una crida que decía: “por ser calle tan principal y de tanto transito no es razón que este sutzio ni empachado de semexante ejercicio”. Además, en su parte sur (actual Plaza de España) había instalado un mercado de pescado que fue desmantelado en 1548 por “maloliente”.

El portugués Gaspar de Barreiros, en la crónica de su viaje desde Badajoz a Milán en 1542, titulada “Corografía de algunos lugares”, escribió: “Me pareció una de las más nobles y mejores ciudades de España, así en el abastecimiento de la tierra como en el sitio y ornamentos de la ciudad (…) tiene las mejores casas de España, salvo Barcelona, que las tiene tan buenas, pero no mejores (…) [la calle del Coso es] la más hermosa que sea posible, comparable a la [del Corso] de Roma, de muy amplia anchura y muy seguida en línea recta”.

La otra zona de especial atención era la ribera del Ebro, por tres razones fundamentales: la preocupación por la potencia de la corriente del agua, la salubridad e higiene del lugar, ya que el agua potable se recogía directamente de allí, y sobre todo, el potencial estético de la línea de edificios construidos en la orilla del rio, que era la primera imagen que veían los viajeros cuando llegaban a Zaragoza. De ahí que las autoridades pusieran el máximo interés en que siempre estuviera hermosa y limpia para mayor orgullo de todo el Reino.

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Vista de Zaragoza. Juan Bautista Martínez del Mazo, 1647. Museo del Prado

DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Según el censo ordenado por don Hernando de Aragón en 1548, Zaragoza contaba con unos 25.000 habitantes, de los que más de 10.000 vivían en el barrio de San Pablo, el más populoso de todos.

En aquella época era una sociedad estamental jerarquizada a la manera medieval. La clase privilegiada, con la monarquía y el Virrey en su cúspide, se componía del clero y de una aristocracia a la que se podía acceder también por dinero, como el caso del mercader Gabriel Zaporta, ennoblecido por ser prestamista del emperador Carlos I en sus campañas bélicas. Aunque la exención tributaria de los privilegiados hacía que no se concedieran muchos títulos nobiliarios en Aragón, ya que iba en perjuicio de las arcas reales.

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Doble retrato de matrimonio. Lavinia Fontana. Entre 1577 y 1585. Museo de Zaragoza

Debajo de este estamento se situaba una burguesía mercantil adinerada a la que pertenecían muchos judíos conversos. El resto de la población se componía de artesanos, menestrales y jornaleros. El último estrato lo ocupaban los pobres, que eran tolerados y aceptados en la ciudad por caridad y fe cristiana.

Había una numerosa comunidad francesa estimada en un quinto de la población. Ejercía trabajos muy humildes (labradores o laneros) y otros muy especializados (artesanos, vidrieros, molineros,…). Se sabe que hubo enfrentamientos con la población local por motivos laborales.

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Libro Trachtenbuch: Danza morisca. Christoph Weiditz. Entre 1528 y 1529. Museo Nacional Germano de Núremberg

La comunidad mudéjar era la única minoría religiosa existente. Vivía en la morería cerrada (entre el actual Paseo Independencia, calle Azoque y Plaza Salamero), además de en Altabás y en San Pablo. Gozaba de la protección de la nobleza. Trabajaban de labradores, arrieros, ganaderos, obreros de villa y constructores. Un decreto de Carlos I del año 1526, les obligó a convertirse al cristianismo y a cambiar algunas de sus costumbres y su forma de vestir.

LAS PESTES

A lo largo del siglo XVI hay registradas al menos seis grandes pestes en Zaragoza. Las dos más mortíferas fueron las de 1507 y 1564, con más de 10.000 muertos cada una. Surgían por la falta de higiene y las míseras condiciones de vida de la mayoría de la población, sobre todo en épocas de malas cosechas.

Cuando llegaba una peste, el gobierno y las clases altas abandonaban la ciudad, que era cerrada por cuarentena. Los enfermos se recluían en lazaretos y salas aisladas de los hospitales y por toda Zaragoza se quemaban hogueras de romero en las calles, creyendo que así se purificaba el aire. La ropa de los contagiados se metía en el Ebro para limpiarse y se prohibía que se ocuparan sus casas durante un mes. Quienes se ocupaban de los enfermos se mantenían aislados del resto de la población y nadie se les podía acercar.

En la peste de 1564 el médico Juan Tomás Porcell, proveniente de Cerdeña, se encargó de los 800 enfermos que estaban hacinados en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia. Fue uno de los primeros facultativos de Europa que realizó autopsias sistemáticas a los fallecidos por peste y de esta experiencia escribió el tratado “Información y curación de la peste de Zaragoza, y preservación contra peste en general”, publicado en el 1564 y considerado una de las obras cumbre de la medicina en la época renacentista.

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Información y curación de la peste de Caragoca y praeservacion contra peste en general. Juan Tomás Porcell, 1564. Ejemplar publicado en Zaragoza en 1565. Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla.

LOS POBRES Y LA BENEFICENCIA

Los pobres de solemnidad eran tolerados y aceptados por caridad y por ideología cristiana. Se otorgaban cartillas para ejercer la mendicidad y los falsos pobres eran severamente castigados.

Había varias instituciones en la ciudad que se ocupaban de los indigentes. Algunas de ellas, como Los Hospitalicos (ubicado en el antiguo Hospital de la Magdalena) o el Padre de Huérfanos, ponían en amo a niños y muchachos desocupados, muchos de los cuales iban a parar al sector de la construcción. El dinero que cobraban se usaba para el sostenimiento de dichas entidades. También denunciaban y controlaban a aquéllos que suponían un peligro social, para evitar desórdenes públicos.

Por otro lado, el Hospital de Nuestra Señora de Gracia, fundado en 1425, fue pionero en acoger a pobres y atenderlos desinteresadamente. Fue una de las instituciones sanitarias más importantes de la península. El edificio original del Hospital estaba en el Coso, esquina con actual Plaza de España, justo en el lugar que hoy ocupa el edificio del Banco de España y fue destruido en los Sitios por las tropas napoleónicas. En el frontispicio de su fachada estaba instalada la leyenda: “DOMUS INFIRMORUM URBIS ET ORBIS” (“Casa de los enfermos de la ciudad y del mundo”).

Todas estas instituciones eran regidas por gente rica, como infanzones, notarios, cirujanos o miembros de la nobleza. Algunos de sus altos cargos estaban nombrados directamente por el rey.

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Vista del Hospital de Nuestra Señora de Gracia en ruinas después del Primer Sitio. Gálvez y Brambila, 1812. Archivo Histórico Provincial de Zaragoza

ECONOMÍA

Agricultura: Se trabajaban muchas tierras en régimen de arrendamiento, que eran propiedad fundamentalmente de instituciones religiosas y de personas ricas. Se cultivaban viñedos, olivares y cereales de secano en las zonas más alejadas de la vega del Ebro y productos hortofrutícolas en la huerta regada por el río y sus afluentes. Se usaban herramientas y maquinaria obsoletas, lo que afectaba a la calidad y volumen de la producción. Debido al prestigio y a los beneficios que generaban las rentas de las tierras, en el siglo XVI se produjo una burbuja que encareció en más de un 300% los precios de los arrendamientos.

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Tapiz de la Serie de los Meses: Capricornius. Segunda mitad del siglo XVI Museo de Tapices de la Seo de San Salvador de Zaragoza

Industria textil: Se producían paños con la lana proveniente tres zonas de Aragón: una entre Teruel y Albarracín, otra entre Daroca y Calatayud y otra en los alrededores de Zaragoza. Tanto el ganado como la lana eran controlados por la Casa de Ganaderos de Zaragoza, una institución de gran prestigio y poder.

La producción textil de la ciudad estaba muy jerarquizada y monopolizada por una élite conocida como los Pelaires, mientras que el resto de artesanos del sector, conocidos como los traperos, vivían en condiciones muy precarias. En el barrio de San Pablo se localizaba el cardado, el hilado y el tejido y en Altabás los tintoreros.

Se producía mayoritariamente un paño ligero de baja calidad muy demandado por la mayoría de la población y en menor medida otro más caro y pesado. La competencia de la pañería valenciana, de mucha más calidad, afectó a finales de siglo XVI a la producción aragonesa. También la producción que se hacía en zonas rurales, con condiciones extremadamente precarias que abarataban el producto, tuvieron consecuencias negativas en la industria de la ciudad.

Burguesía mercantil: Estaba compuesta en su mayoría por judeoconversos. Se dedicaba básicamente al arrendamiento de rentas señoriales y eclesiásticas, al préstamo de dinero encubierto, la comercialización de productos agrícolas y la compraventa de inmuebles. Zaragoza era el lugar de residencia de la más adinerada burguesía mercantil del Reino, cuya máxima aspiración era alcanzar el estatus de nobleza, así como convertirse en miembros de los órganos de gobierno de la ciudad, como el Concejo de Zaragoza, la Casa de Ganaderos o la Diputación del Reino.

LA UNIVERSIDAD

En el año 1542, Carlos I concedió a la ciudad el privilegio de tener una universidad, en contra del interés de nobles y políticos que defendían la existencia única de la Universidad de Huesca y además estaban en contra del acceso de la población a los estudios.

La universidad se inauguró en 1583 gracias al interés de Pedro Cerbuna, prior de la Seo, que llegó a financiar con su propio dinero la puesta en marcha de la institución. Su interés era expandir la doctrina tridentina en la ciudad. Cualquier alusión al erasmismo fue totalmente excluida. Se componía de las facultades de Teología, Cánones, Leyes, Medicina, Cirugía y Artes. Estaba situada justo en el lugar que hoy ocupa el el instituto de bachillerato Pedro de Luna, junto a la plaza de la Magdalena.

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Pasquín anunciador de los estudios de la Universidad de Zaragoza en 1588. Archivo Unizar.

IMPLANTACIÓN DEL LENGUAJE DEL RENACIMIENTO

El arte del Renacimiento italiano entró en la península Ibérica de manera fragmentada a través de tres vías: la presencia de artistas italianos en España, los viajes de aprendizaje de algunos artistas españoles a Italia y la importación de obras de arte procedentes de aquel país.

Otro factor importante para su implantación fue la publicación de tratados arquitectónicos así como la llegada de dibujos y grabados con reproducciones de obras de arte italianas que motivaron la formación de los maestros españoles en lo que se denominó “lo romano”. Cuando el Renacimiento penetró en España, ya estaba en su fase más manierista en Italia, por lo que los artistas españoles tuvieron acceso a todas las formas posibles admitidas que se estaban practicando, o ya se habían practicado allí.

Las principales intervenciones artísticas en Aragón durante el siglo XVI estuvieron auspiciadas por la monarquía y la iglesia, instituciones que actuaron como grandes mecenas de las artes. Al contrario que en Italia, la nobleza local no fue nada proclive a la innovación.

Las primeras muestras del lenguaje ornamental a lo romano en Zaragoza aparecen tímidamente en los artesonados de madera policromada que se instalan en los techos de la primera planta del Palacio de la Aljafería, en la reforma ordenada por Fernando el Católico en 1488. Dichas innovaciones están muy difuminadas por la decoración gótica con influencias islámicas realizada por maestros mudéjares. No significan la recuperación de los modelos clásicos del Renacimiento, sino más bien un intento de imitación de las propuestas artísticas italianas. Los artesonados de la Aljafería causaron tal impresión, que fueron muy imitados tanto en la Corona de Aragón como en Castilla.

La aplicación de las formas renacentistas fue extendiéndose paulatinamente, apareciendo sobre todo en edificios religiosos, gracias a la gran fiebre constructiva de iglesias y conventos en la ciudad. Habrá que esperar a mediados de siglo XVI para empezar a ver claramente elementos del nuevo estilo en edificios civiles, como la Lonja de Mercaderes, construida entre 1541 y 1551.

Con la muerte de Isabel la Católica en 1504, Fernando se casó con Germana de Foix e inició un viaje por tierras italianas. A su regreso, el monarca decidió romper con las conservadoras políticas artísticas influenciadas por su primera esposa y por su hijo ilegítimo Alonso de Aragón, importante Arzobispo de Zaragoza. Los primeros cambios en la arquitectura aragonesa comenzaron a vislumbrarse en los dos grandes proyectos constructivos del momento, el Monasterio de Santa Engracia, a partir de 1511 y la reforma de la Seo de San Salvador, empezada en 1505 y dirigida por Alonso.

LOS TRATADOS DE ARQUITECTURA

Un fenómeno fundamental en la introducción del Renacimiento fue la importación de libros italianos, la edición de traducciones al castellano y la publicación de tratados escritos por españoles. Las traducciones castellanas se publicaron en un orden cronológico inverso al de su creación original y totalmente a destiempo, aunque muchos tratados ya eran conocidos en España por una minoría culta antes de haber sido traducidos.

El principal foco irradiador del Renacimiento en España fue la construcción del Monasterio de San Lorenzo del Escorial, empezada en 1563, y la fundación de la Academia Real Matemática fundada en 1582. Fechas a partir de las que hay un mayor número de traducciones de los tratados italianos, seguramente obedeciendo a un programa establecido desde la misma corte real de Felipe II.