LA CALAVERA DE ADÁN

En este post se va a tratar de explicar el significado de la calavera que aparece a los pies de la cruz de Jesús en las representaciones artísticas del Calvario.

La Biblia narra que el lugar de la Crucifixión fue un monte de nombre Gólgota, que significa “Lugar de la Calavera”. El nombre le venía dado porqué, según la tradición, se consideraba que allí fue enterrado Adán, el primer hombre creado por Dios. De esta manera, el Cristianismo unía en un mismo lugar al cometedor del Pecado Original con el que moría por redimirlo.

Según los Evangelios Apócrifos, la sangre de Jesús al derramarse, corrió a través de una grieta hasta los huesos de Adán, mojándolos, quedando perdonado así de su pecado y bautizado como cristiano. Apoyando “materialmente” dicha narración, en la parte inferior de la roca considerada como la parte visible del Gólgota, situada en el interior de la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, existe una oquedad (que sería el lugar donde reposarían los restos de Adán) conectada a través de una grieta con la muesca en la que se supone que se apoyó la cruz de Cristo. Por supuesto, esta conexión queda en el terreno de la tradición y la leyenda. Creerla o no es un motivo de fe y no una certeza històrica.

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Pintures de Sorpe, mediados de s.XII. MNAC, Barcelona.

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LA CRUCIFIXIÓN EN LA HISTORIA DEL ARTE

Para los cristianos las representaciones de Cristo en la cruz no hacen referencia solo a su sacrificio, sino que son un símbolo de la redención y salvación del género humano. La iconografía de la escena ha ido variando significativamente a lo largo de los siglos en función de las doctrinas teológicas vigentes, de los gustos artísticos y de la recepción popular.

Durante los primeros siglos del Cristianismo, la crucifixión era un tipo de ejecución pública de uso muy reciente que la sociedad romana asociaba a los peores delincuentes, por eso se evitaba su imagen directa, representándose la muerte de Cristo a través de símbolos como el cordero o el pelícano. De hecho, la primera representación conocida de Cristo en la cruz es el conocido como Graffiti de Alexámenos, un dibujo satírico del siglo I o II, en el que aparece un hombre crucificado con cabeza de burro, que fue grabado en el yeso de la pared de una casa cerca del Palatino en Roma, y que se conserva en el Antiquarium del Palatino.

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Grafito de Alexámenos, s.II.

A partir del siglo III, superadas las connotaciones negativas de la cruz, su culto se hizo más manifiesto, comenzándose a representar en placas funerarias, muchas veces de manera disimulada, a través del ancla, la tau griega o el Crismón. La cruz en forma de Tau se compone de dos travesaños de madera llamados stipes (el vertical) y patibulum (el horizontal). En la parte superior del stipes se colocó el titulus con la inscripción INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudeorum).

En los mosaicos de las numerosas iglesias construidas en el Imperio Romano durante los siglos IV y V, aparece representada la cruz gemmata, que era una cruz dorada adornada con piedras preciosas que representaba la victoria sobre el pecado y la muerte lograda por la muerte de Cristo. Ejemplos muy destacables son las del ábside de la iglesia de Santa Prudenciana en Roma y la de San Apolinar en Classe de Rávena, donde la cruz gemmata aparece flanqueada por el Tetramorfos, como símbolo de triunfo y proclamando la presencia de Cristo redentor en la Jerusalén celestial.

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Cruz Gemmata del ábside de la basílica de San Apolinar en Classe, Rávena. Año 505

En aquellos primeros siglos de oficialización del Cristianismo, también se realizaron representaciones de la Crucifixión en joyas, como el anillo tallado en cornalina, fechado en el siglo IV, que se encontró en la ciudad rumana de Constanza y actualmente se conserva en el British Museum de Londres. En él se muestra una de las primeras personificaciones del tema, con la figura desnuda de Cristo, de frente, la cabeza y los pies volteados hacia su derecha, sin ningún medio de sujeción aparente en la cruz y flanqueado por seis figuras cubiertas a cada lado, representando a los doce apóstoles.

Anillo con Crucifixión. British Museum, s.III-IV.

A partir del siglo VI comenzaron a incluirse diferentes elementos iconográficos en la escena; como las representaciones del sol, a la derecha, y la luna, a la izquierda, a ambos lados de la cruz, se supone que como metáfora de la eternidad. También aparecieron ángeles revoloteando; bien turiferarios (los que portan incensarios), bien llevando los instrumentos de la Pasión o cálices con los que recogen la sangre que mana de las llagas de Jesús, o simplemente expresando un profundo pesar por su muerte.

Las primeras imágenes monumentales de Jesús en la cruz datan del siglo V. Lo representaban con el rostro imberbe, y en postura orante, como acomodándose a la forma del instrumento de su martirio, al que le añadían una pieza donde apoyaba los pies. En algunas ocasiones ni siquiera se representaba la cruz, como se puede ver en una talla de las puertas de la Basílica de Santa Sabina de Roma, datadas entre el 420 y el 430. También había un tipo de imagen proveniente de Siria, mucho más realista, con un Cristo barbado con cabellos largos, que se representaba vivo, pero no sufriendo. El ejemplo más conocido es el que aparece en el evangeliario de Rábula, un manuscrito iluminado del siglo VI, proveniente del Monasterio de San Juan de Zagba (que se cree que seguramente estaba entre Antioquia y Apamea), conservado en la Biblioteca Medicea Laurenziana de Florencia. Esta tipología reapareció en Roma alrededor de los siglos VII y VIII, seguramente gracias a los monjes bizantinos que huyeron de la furia iconoclasta.

Por lo que respecta a la vestimenta de Jesús, en las primeras imágenes, lleva su cuerpo cubierto únicamente con un paño de pureza (subligaculum o perizonium). En los evangelios canónicos solo se cuenta que los soldados se jugaron sus ropas a los dados, pero no describen como quedó Jesús en la cruz, si desnudo o tapado. Solo en el evangelio apócrifo de Nicodemo se narra que “le ciñeron un lienzo” cuando le despojaron de sus vestiduras. En el Evangeliario de Rábula aparece vestido con una túnica (colobium) que le cubre todo el cuerpo,  costumbre que continuó durante la Alta Edad Media.

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Crucifixión del Evangelario de Rabula, Biblioteca Medicea Laurenziana, s.VI.

Posiblemente a mediados de siglo IX, en Bizancio se elaboró un tratado conocido como la Hermeneia, en el cual se dictaban las normas de representación de las escenas cristianas, así como el lugar donde debían colocarse dentro del templo. Actualmente el original está perdido, pero se conoce su existencia porque está recogida en un manuscrito del siglo XIX encontrado en un monasterio del monte Athos, en Grecia. La Hermeneia es la causa de que los modelos iconográficos y los recursos estilísticos de las imágenes bizantinas se repitan a lo largo de los siglos hasta día de hoy. De acuerdo con ella, se representaba a la Virgen y San Juan a ambos lados del Crucificado, y a veces, se le añadía a María Magdalena a los pies de la cruz. Estas imágenes influenciaron a las obras otonianas y carolingias, aumentando la complejidad de la iconografía en los territorios europeos.

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Cubierta del Evangelario de la reina de Aragón Felicia de Roucy, ca. 1070 – 1085

A partir del siglo IX, en algunas escenas de la Crucifixión aparecían las alegorías de la Iglesia y la Sinagoga, normalmente en forma de figuras femeninas coronadas (la segunda con la corona cayéndole, señalando su derrota o con los ojos vendados). La Iglesia solía representarse con una cruz y un cáliz recogiendo la sangre de cristo, y la Sinagoga con las Tablas de la Ley y, a veces, con el rollo de la Torah, el cuchillo ritual de la circuncisión, o el carnero de los sacrificios abolidos. Estas representaciones comenzaron a desaparecer a partir del siglo XVII.

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Hortus Deliciarum, Herrade de Lansberg, ca.1180

Ya durante el románico, hasta el siglo XI a Cristo se le representaba vivo, con los ojos abiertos y actitud serena, mostrando a los fieles su triunfo sobre la muerte. Eran imágenes fieles a los Evangelios Canónicos, en los que en ningún momento se mencionan gestos o expresiones de sufrimiento y muestran un Jesús tranquilo ante su suplicio. En estas imágenes, Cristo es el rey y la cruz es su trono, en el que se representa vestido con una túnica. Uno de los mejores ejemplos sería la Maestá Batlló exhibida en el MNAC de Barcelona.

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Majestat Batlló, s.XII, MNAC.

Con la llegada del gótico y la irrupción del naturalismo, Cristo comenzó a mostrarse más humano. De este modo, se le representaba agonizando y sufriendo, o muerto y con los ojos cerrados, la cabeza caída hacia la derecha y su cuerpo rígido adaptado a la forma de la cruz. Con los años fue adoptando una postura más natural en la que los brazos se representaban inclinados ante el peso de su cuerpo desplomado y flexionado al caer inerte.

A partir del siglo XIII, dejó de representarse clavado con cuatro clavos (uno en cada pie, descansando en una especie de escabel llamado subpedaneum) y comenzó a aparecer clavado con tres, uno de ellos taladrándole los dos pies, que quedaban dispuestos uno sobre otro, obligando a una torsión innatural de las piernas, que le añadía más patetismo si cabe a la escena. Es entonces también cuando se sustituyó la corona real, símbolo de la Majestad de Cristo, por la corona de espinas.

Conforme se suceden los distintos estilos artísticos, El perizonium va variando en tamaño y forma. En manifestaciones tempranas era un estrecho ceñidor subligaculum, como se puede ver en las citadas puertas de Santa Sabina de Roma. Posteriormente se convirtió en un faldón, que inicialmente le llegaba hasta las rodillas y con el paso de los siglos fue acortándose. Respecto al tejido, algunas veces caía en pliegues rígidos geométricos, en otras se adaptaba a la anatomía, incluso en algunas ocasiones, artistas más atrevidos dejaban intuir los genitales debajo.

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Crucifixion, Giotto. Capilla Scrovegni, entre 1304 y 1306

En la época gótica la Crucifixión comenzó a tratarse de manera más escenográfica y descriptiva, introduciéndose aspectos iconográficos basados en la literatura mística y que también aparecían en los dramas litúrgicos, algunos de los cuales ya llevaban representándose desde el siglo IX. Así, fueron incorporándose más personajes a la escena, como las santas mujeres, algunos discípulos, los soldados jugándose las vestiduras, Longinos con su lanza, Estefatón con la esponja empapada en vinagre, Dimas, el Buen Ladrón y Gestas, el Mal Ladrón, a los que se diferenciaba por su fisonomía y actitud y, en algunas ocasiones, un ángel que recogía el alma del bueno y un demonio que recogía la del malo.

En este momento las representaciones de la Crucifixión se pueden clasificar en dos tipos: unas más devocionales y centradas en la figura de Jesús Crucificado, y otras más narrativas, con grupos de figuras y otros elementos alegóricos para aumentar la carga emotiva.

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Crucifixión. Andrea Mantegna, 1457-1460. Proveniente de San Zeno, Verona. Museo del Louvre

En el Renacimiento, la figura de Jesús crucificado se convirtió en la excusa perfecta para que los artistas pudieran representar libremente desnudos masculinos siguiendo el ideal de belleza clásica, sin miedo a ser censurados, centrando el patetismo en la expresión del rostro de Jesús y modelando su cuerpo con líneas suaves y serenas. Con la llegada del Manierismo y posteriormente el barroco, los Cristos se representan de nuevo dolientes, sobre todo en el ámbito de la península ibérica, expresando un gran sufrimiento para mover a la piedad e impresionar a los fieles. El prototipo creado en el barroco ha perdurado en el imaginario católico prácticamente hasta nuestros días.

Cristo Crucificado barroco Velázquez.

Cristo crucificado. Velázquez, ca.1630. Museo Nacional del Prado.

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EL MONTE GÓLGOTA

Una de las diversas teorías sobre el origen etimológico de la palabra Gólgota, sostiene que proviene del griego Γολγοθᾶ, posible trasnliteración del arameo ܓܓܘܠܬܐ (gagûltâ). Otras defienden que la palabra aramea de la que proviene es gol go a tha (monte de las ejecuciones), refiriéndose, o bien a un lugar habitual de Jerusalén destinado a las ejecuciones públicas, o bien a que había un cementerio cercano. En ambos casos es posible que hubiera huesos a la vista o, simplemente, que la gente supiera que allí había muertos enterrados.

En los cuatro Evangelios Canónicos, se refieren a aquel lugar como “Lugar de la Calavera” (en griego: Κρανίου Τόπος (Kraníou Tópos)), traducido al latín como Calvariae Locus (de donde derivó la palabra castellana calvario).

Hay que señalar que el Gólgota no es un lugar geográfico concreto y conocido a lo largo de los siglos. La asignación del montículo venerado como tal es puramente tradicional y carece de base científica. En el Nuevo Testamento se habla del Gólgota como un lugar extramuros, muy cercano a la ciudad, pero el monte identificado actualmente con ese nombre, sobre el que está edificada la Basílica del Santo Sepulcro, es el que señaló en el año 325 Santa Elena, la madre del emperador Constantino I el Grande, en su búsqueda de la verdadera cruz de Jesús. Por lo tanto, su localización deriva de la tradición cristiana y no de fuentes históricas.

Antes de edificar la basílica constantiniana, ocupaba dicho monte un templo dedicado a Venus, levantado por orden del emperador Adriano alrededor del año 130 d.C., dentro de un proceso de romanización de la ciudad de Jerusalén, consistente en construir edificios representativos justo encima de lugares sagrados para los judíos.

Según la leyenda de la Vera Cruz, escrita por Jacopo della Vorágine en su Leyenda Áurea (ca.1250), Santa Elena llegó a Jerusalén con ochenta años (más o menos a principios del siglo IV) y ordenó interrogar a los judíos más sabios para que dijeran cuanto supieran sobre el lugar donde Jesús había sido crucificado. Cuando, mediante torturas, obtuvo la información de que había sido en el lugar donde ahora se levanta la iglesia del Santo Sepulcro, ordenó derribar el templo de Venus que había allí y excavar en el solar resultante, donde aparecieron tres cruces. Casualmente, pasó por delante de ellas el cortejo fúnebre de un joven que acababa de morir, y que resucitó milagrosamente a la altura de una de ellas, identificándose inmediatamente como áquella en la que se había clavado a Jesús.

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“Descubrimiento de las tres cruces y reconocimiento de la Vera Cruz”, Agnolo Gaddi, 1394. Santa Croze de Florencia.

Alrededor del año 326, Constantino I ordenó que en el mismo lugar donde estaban los restos del templo de Venus, se construyera una iglesia. Al retirar los escombros se encontraron una tumba que Elena y el obispo Macario I de Jerusalén identificaron como la de Jesús. Inicialmente se construyeron dos edificios independientes unidos por un gran patio: la gran basílica (Martyrium), en el lugar asociado con el Calvario, que estaba situado en uno de sus lados, y la Rotonda (Anastasis) en el asociado con la tumba de Jesús, situada en el centro mismo de la edificación. El complejo fue consagrado el año 335. Algunos historiadores opinan que la famosa rotonda del sepulcro se hizo aprovechando los cimientos del templo de Venus que, al igual que muchos otros dedicados a la diosa, habría tenido planta circular. Excavaciones arqueológicas revelaron la existencia de grafittis con símbolos cristianos en las piedras del templo romano ocultas bajo la construcción constantiniana, por lo que se cree que, antes de la “revelación” de Santa Elena, los cristianos ya identificaban aquel lugar con el de la Crucifixión de Jesús.

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Recreación de la primera iglesia del Santo Sepulcro.

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Iglesia del Santo Sepulcro en la actualidad.

El lugar fue cambiando a lo largo de los siglos, sometido a reformas, ampliaciones y a todo tipo de estragos producidos por el paso del tiempo y por la acción humana en las numerosas invasiones y guerras ocurridas en la región. En el año 1009 fue arrasado totalmente por orden del califa Tāriquil al-Hākim, dentro de su campaña de destrucción de todos los lugares cristianos de Egipto y Palestina. Años después, gracias a intensas negociaciones con el emperador bizantino Constantino IX y con el patriarca ortodoxo Niceforo de Constantinopla, se consiguió reconstruir la Rotonda, dejando la basílica en ruinas. En el año 1149, reinando Melisenda I de Jerusalén, los cruzados reconstruyeron el complejo, uniendo las dos partes en un solo edificio de estilo románico y unificando por primera vez todas las capillas dentro de un mismo recinto.

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Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén en el año 2010.

Dentro de la iglesia existe una roca considerada como la única parte visible del monte Gólgota. En un principio fue dejada a la vista, como testimonio de la Pasión, en un ángulo del atrio de la primitiva basílica constantiniana y, a lo largo de los siglos, fue tapándose a la vista por las sucesivas reconstrucciones y añadidos del edificio, quedando englobada entre los muros de las capillas que iban adosándose a su alrededor. Actualmente puede verse a través de unos cristales.

Diversas intervenciones han intentado reconstruir el perfil del montículo, aunque, de ser el verdadero Gólgota, se encontraría modificado respecto al momento de la muerte de Jesús, ya que fue rebajado en tiempos de Adriano para construir el templo de Venus. A partir de 1971 comenzaron a hacerse excavaciones arqueológicas de manera intermitente en el subsuelo de la basílica y se descubrió que, en algún momento de la historia, el monte alojó una cantera de donde se extraía la piedra caliza de color pálido conocida como meleke, típica de muchas construcciones de la ciudad.

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Altar de la Crucifixión con la parte visible del Gólgota protegida por cristales.

Entrando de nuevo en el territorio de la tradición, se identificó una muesca encontrada en la roca como el agujero donde se habría encajado la cruz de Jesús. De dicha muesca desciende una grieta que llega hasta una oquedad situada en la parte inferior, conocida como la Tumba de Adán (también como Tumba de la Cabeza de Adán). La grieta se asocia con el terremoto posterior a la muerte de Jesús narrado en los Evangelios. La leyenda cuenta que la grieta se abrió al pie de la Cruz y llegó hasta los restos del primer pecador, permitiendo que la sangre de Cristo bajara por ella, mojando y limpiando sus huesos. Actualmente se cree que fue generada en los tiempos en que el monte era una cantera.

La oquedad junto con la grieta, se pueden ver a través de un cristal en el muro de la Capilla de Adán, ubicada junto a muchas otras en la planta baja de la iglesia. La historia de que la Crucifixión tuvo lugar en el lugar del entierro de Adán se remonta al siglo IV, en la época de los antiguos Padres de la Iglesia.

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Oquedad de la Tumba de Adán

La oquedad permaneció oculta tras uno de los muros de contención del templo de Adriano, hasta que éste fue desmantelado para construir la basílica, cortando su entrada por una de las estructuras de mampostería de soporte del edificio. Es probable que comenzara a considerarse como un lugar santo alrededor del año 614, en tiempos de San Modesto, Patriarca de Jerusalén, que despejó el lugar, dándole unas dimensiones de 2m. de alto por 1,5m. justas para poder celebrar servicios religiosos.

Durante el Reino Cruzado de Jerusalén (1099 – 1291), se excavó la parte oriental del complejo, limpiando y despejando subterráneos y uniéndolos con pasillos y escaleras. En el año 1149, en la remodelación efectuada durante el reinado de Melisenda, la Capilla de Adán fue ampliada de nuevo, destinándose a albergar el panteón de los reyes de Jerusalén, desmantelado después de un incendio en 1808.

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Capilla de Adán

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LA MUERTE DE ADÁN

La historia de Adán y Eva es muy similar en las tres religiones abrahámicas. En la cristiana se conoce a través del Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento donde se narra la creación del mundo, el Pecado Original, la expulsión del Paraíso y la extensión de los hombres por la Tierra. Respecto a la vida de Adán después de su expulsión, el Génesis solo cuenta que tuvo un tercer hijo llamado Seth y que murió a los 930 años de edad:

(25) Adán conoció otra vez a su mujer, que dio a luz un hijo y lo llamó Seth, diciendo: «Dios me ha dado otro descendiente en lugar de Abel, porque le mató Caín»”. Génesis 4.

(3) “Adán tenía ciento treinta años cuando engendró un hijo a su semejanza, segun su imagen, y lo llamó Seth. (4) Después de haber engendrado a Seth, vivió Adán ochocientos años y engendró hijos e hijas. (5) Adán vivió un total de novecientos treinta años, y murió”. Génesis 5.

Ante la parquedad de la Biblia, todo lo que se conoce sobre el resto de la vida y muerte de Adán estaría extraído de diferentes textos apócrifos. Entre ellos un conjunto conocido como Literatura Primaria de Adán que contiene los libros: “Apocalipsis de Moisés”, dos versiones de “El Libro de la Vida de Adán y Eva” (la latina y la Eslava), la “Penitencia Armenia de Adán”, el “Georgiano Libro de Adán”, y algunos fragmentos de origen desconocido escritos en copto. Se cree que todos ellos se debieron escribirse tomando una misma fuente semita de origen cristiano actualmente desaparecida, escrita alrededor del siglo I d.C.. Los paralelismos de esta literatura primaria con algunos textos del Nuevo Testamento, sugieren que fueron contemporáneos y sus autores se movieron en los mismos círculos. En “El Libro de la Vida de Adán y Eva” aparecen los siguientes pasajes:

(cap. XXX) Adán tenía novecientos treinta años, y sentía que sus días estaban llegando a su fin, y dijo: «Que todos mis hijos se reúnan aquí conmigo, para que les bendiga antes de morir, y deseo hablar con ellos”. Y ellos se reunieron en tres partes, ante su vista, en la casa de oración, donde solían adorar al Señor Dios.

(cap. XXXVI) Y Adán dijo a Eva: «levántate y ve con mi hijo Seth a donde está el paraíso, y pónganse polvo en su cabeza y tírense sobre la tierra y eleven su lamento ante los ojos de Dios, Así tal vez Él tengan piedad de ustedes y envíe Su ángel al árbol de la misericordia donde florece el aceite de la vida, y les dé una gota para que yo sea ungido con ella, y pueda tener descanso de estos dolores, que me consumen. Entonces Set y su madre fueron hacia las puertas del paraíso.

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“La muerte de Adán”, Piero della Francesca, 1452 – 1458. Basílica de San Francisco, Arezzo.

(cap. XLI) Después de haber implorado y rogado por muchas horas, he aquí, el ángel Miguel se les aparece y les dice: Me ha enviado el Señor a ustedes y (…) te digo a ti, Seth , Tú, hombre de Dios, no llores, ni reces, ni tomes en cuenta el aceite del árbol de la misericordia para ungir a tu padre Adán para los dolores de su cuerpo.

(cap. XLII)“Porque su poder no ha de marchitarse en tus manos, salvo en los últimos días”. Pues pasados y cumplidos cinco mil quinientos años, vendrá sobre la tierra el más amado, el rey Cristo, el Hijo de Dios, para revivir el cuerpo de Adán y con él para revivir los cuerpos de los muertos. Cuando Él mismo, el Hijo de Dios, venga, va a ser bautizado en el río Jordán, y cuando él tenga que salir del agua del Jordán, entonces Él ungirá con el aceite de la misericordia a todos los que crean en Él. Y el aceite de la misericordia tendrá una duración de una generación a otra, para todos aquellos que estén listos el nacer de nuevo, del agua y el Espíritu Santo, a la vida eterna. Entonces el más amado Hijo de Dios, Cristo, descenderá a la tierra y se llevará a tu padre Adán al Paraíso, para el árbol de la misericordia.

(cap. XLIII) Pero tú, Seth, ve a tu padre Adán, pues el tiempo de su vida se ha cumplido. En seis días, su alma saldrá fuera de su cuerpo y cuando haya salido, verás grandes maravillas en el cielo y en la tierra y en las luminarias de los cielos. Con estas palabras, Miguel desapareció y partió lejos de Seth. Eva y Seth volvieron, teniendo con ellos la fragancia de las hierbas, es decir, nardo, azafrán, cálamo y canela. (cap. XLV) Y así como el arcángel Miguel había predicho, pasados seis días vino la muerte de Adán. Cuando Adán presiente que la hora de su muerte estaba al alcance de la mano, le dijo a todos sus hijos: «He aquí, ya tengo novecientos treinta años, y cuando me muera, me deben enterrar a las afueras de la vivienda» Y aconteció que cuando él había terminado todo su discurso, entregó su espíritu.

(cap. XLVI) Luego el sol se oscureció, igualmente la luna y las estrellas, durante siete días, y Seth en su duelo, abrazó el cuerpo de su padre, y Eva estaba en el suelo con las manos dobladas sobre su cabeza, y todos sus hijos lloraron amargamente (…).

(cap. XLVIII) (…) Y el Señor dijo una vez más a los ángeles Miguel y Uriel: “Lleven ropa de lino par ponérsela a Adán y otra más para su hijo Abel y vayan a enterrarlos”. Y todos los poderes de los ángeles marcharon ante Adán, y el sueño de los muertos fue consagrado. Y los ángeles Uriel y Michael enterraron a Adán y a Abel en las partes del Paraíso, ante los ojos de Seth y su madre y de nadie más, y Uriel y Michael dijeron: “Así como han visto hoy, de la misma manera, entierren a sus muertos”.

Por su parte, en el texto “El Apocalipsis de Moisés” se narra con más detalles el funeral de Adán y, al igual que en “las Vidas…”, no se especifica el lugar concreto de su enterramiento:

“El carro y todos los ángeles llevan el cuerpo de Adán al Huerto y lo ponen en la tierra. Solo Seth puede ver la escena. El cuerpo se cubre con ropa de lino y se vierte sobre él aceite aromático. También el cuerpo de Abel, que hasta entonces la tierra se había negado a recibir, es llevado al mismo lugar. Ambos cuerpos están enterrados en el lugar del que Dios tomó la arcilla para crear a Adán. Dios llama a Adán, cuyo cuerpo responde desde la tierra. Dios le promete a Adán que él y todos los de su simiente resucitarán”. (capítulos 38–41).

Hay discrepancias respecto al lugar de enterramiento de Adán, pues mientras unos afirman que fue en una cueva de la montaña sagrada de Abü Qubays, llamada el gran hueco o el Tesoro, otros lo sitúan en Mina, en la mezquita de al-Jayfi, ambos lugares cercanos a La Meca en Arabia Saudí; e incluso hay teorías de que fue en la montaña de Nawg en la India. En lo que sí están de acuerdo la mayoría de los textos es que Noé sacó los restos de Adán, Abel y Eva de sus respectivos lugares, los colocó en un ataúd y los llevó en el arca, enterrándolos en Jerusalén una vez pasado el Diluvio Universal.

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“El funeral de Adán, el primero hombre”, Jan Sadeler, 1576

En el Evangelio de Nicodemo (anterior al siglo V), así como en sus posteriores traducciones y adaptaciones, y también en la Leyenda Áurea de Jacopo della Voragine, se narra que en la visita al Paraíso, el arcángel Miguel se compadeció de Seth, entregándole tres simientes del árbol de la sabiduría (algunas versiones hablan de un esqueje), que fueron plantadas en la boca del difunto Adán, germinando y convirtiéndose en un árbol enorme. Años más tarde, el rey Salomón (posiblemente en el siglo X a.C.), ordenó talarlo para que fuera usado, infructuosamente, como viga para el techo del templo (en la Leyenda Áurea su palacio) que estaba construyéndose. Pero, misteriosamente la viga no encajaba en ninguna parte. O era demasiado corta, o demasiado larga y por mucho que la cortaran, nunca se adaptaba al espacio destinado. Así que al final decidieron usarla para construir una pasarela sobre un arroyo cercano.

Posteriormente, en una de sus visitas a la corte del rey Salomón, la reina de Saba entró en trance cuando pisó la pasarela, profetizando que en aquel madero se ajusticiaría a un inocente y eso supondría el fin del reino de los judíos. El rey asustado, ordenó que fuera retirado inmediatamente y enterrado a gran profundidad.

Casualmente, en el siglo III a.C., el sumo sacerdote Simón ordenó excavar la Piscina Probática o estanque de Bethesda en el mismo lugar donde se había enterrado el madero. Se cree que su uso original era el lavado de las ovejas previo a su sacrificio en el Templo de Salomón, hecho que revistió de cierto halo de santidad al lugar. La piscina aparece en varios pasajes de la Biblia, entre ellos el de la curación de Jesús al paralítico, narrado en el Evangelio de Juan. Actualmente se conservan sus restos en el Barrio Musulmán de Jerusalén.

La leyenda concluye con que la madera permaneció varios siglos oculta en aquel lugar hasta que, enigmáticamente, apareció flotando en la piscina, poco antes del prendimiento de Jesús, de donde fue sacada, secada y usada para construir la cruz donde fue crucificado.

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Restos de la Piscina Probática de Bethesda.

Una de las obras de arte más representativas sobre la leyenda de la Vera Cruz es el ciclo de frescos de la Capilla Bacci en la iglesia de San Francisco en Arezzo, pintados por Piero della Francesca entre 1452 y 1466. Está compuesto por doce escenas que empiezan con la enfermedad de Adán y acaban con la exaltación de la Santa Cruz del emperador Heraclio, después de que la recuperara en el año 627 de manos del emperador sasánida Cosroes II, que se había apoderado de ella durante su invasión de Jerusalén el año 614.

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“Encuentro de Salomón y la Reina de Saba”, Piero della Francesca, 1452 – 1458. Basílica de San Francisco, Arezzo.

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LA CALAVERA A LOS PIES DE LA CRUZ

Todas estas leyendas sirven para unir las figuras de Adán, cuyo pecado arrastró a toda la humanidad, con la de Jesús, el Redentor de la misma según el Cristianismo, como un círculo que se cierra, en el que el fin coincide con el principio.

Por eso es habitual que en la representación de la Crucifixión aparezca al pie de la cruz una calavera que se identifica con la de Adán, sepultado en el Gólgota. Para ello, los teólogos se basaron en el pasaje de la muerte de Cristo narrada en el Evangelio de Mateo, en el que narra que “la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos, y muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron” (27:52). De este modo, aunque en ningún momento se menciona el nombre de Adán, se estableció una relación entre el Pecado Original y la muerte redentora de Cristo.

En algunas representaciones la calavera se sustituyó por la imagen de Adán saliendo de su tumba, como sucede en el crucifijo románico de marfil de Fernando I y Doña Sancha (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Este detalle iconográfico se hizo usual en las cruces de orfebrería del periodo gótico.

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Crucifijo de Don Fernando y Doña Sancha. s.XI. MAN, Madrid.

La conjunción entre pecado y redención exigía que Adán recibiera la sangre redentora en el mismo lugar de la comisión del Pecado Original, y para ello, o bien el árbol de la sabiduría debía estar en el mismo lugar que la cruz, o bien la calavera de Adán había tenido que ser transportada al Gólgota, que fue la posibilidad más frecuente en los textos.

El jurista madrileño Juan de Solórzano Pereira escribió en 1629 en su “De indiarum iure”: “Noé llevó religiosamente consigo al arca los huesos de nuestro primer padre Adán y después del diluvio […] los repartió entre sus tres hijos al tiempo que les repartía también el mundo: a Sem, a quien dio preferencia sobre los demás, le concedió la calavera y juntamente con ella esa región que ahora llamamos Judea…”.

“La Cueva de los Tesoros” es una narración anónima apócrifa basada en los textos de la Biblia y escrita en siriaco a finales de siglo VI o principios del VII. Se transmitió en versiones árabes, etíopes y coptas y narra la historia desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Cristo. En ella se cuenta que fue la osamenta completa la que Sem (uno de los hijos de Noé) depositó en el Gólgota, guiado por un ángel. Y cuando lo hizo: “Los cuatro puntos cardinales, uno a uno, se separaron y la tierra se abrió en cruz. Inmediatamente después de que Sem y Melquisedec pusieran allí el cuerpo de Adán los cuatro puntos cardinales corrieron, se pararon unos frente a otros y abrazaron su cuerpo. Inmediatamente se cerró la puerta de aquel lugar. Y aquel lugar fue llamado Calavera, porque en él se puso la cabeza de todos los hombres […] Aquel lugar es el centro de la Tierra, la sepultura de Adán, el altar de Melquisedec, el Gólgota, el Calvario y la Calavera. Allí David vio al ángel que portaba la espada de fuego. Allí Abraham elevó a Isaac sobre el altar y vio a Cristo, vio la cruz de su salvación y de la salvación de nuestro padre Adán”.

“La Cueva de los Tesoros” establece otros paralelismos entre Adán y Cristo, entre ellos, que el Pecado Original se cometió en la hora sexta, la misma que la redención, y en el mismo día. En viernes se pecó y en viernes se perdonó el pecado.

No existe ninguna evidencia histórica de la existencia de Adán, y menos aún de que fuera enterrado en la capilla del Santo Sepulcro. A pesar de ello, se sigue exhibiendo la oquedad en la roca y la grieta que la conecta con el agujero donde se supone que se colocó la cruz. La tradición iconográfica cristiana tomó estos accidentes en la piedra como un esquema compositivo de la Crucifixión, representando a Jesús en el madero sobre la calavera de Adán, dándole al sacrificio de Cristo la significación de la victoria sobre la muerte a la que Dios destinó a todos los humanos por haber comido el fruto del árbol de la sabiduría.

Como conclusión, cabe decir que dicha victoria sobre la muerte, significó para los cristianos el poder alcanzar la eternidad, pero no en un sentido físico, sino espiritual, ya que, según la Biblia, después de la expulsión de Adán y Eva, el Paraíso se convirtió en un lugar al que ningún humano podría volver mientras esté vivo, y esta es la ley que aún rige en la mentalidad cristiana, en la que las personas buenas van al Cielo/Paraiso después de muertas.

calvario barroco pintura pintor

“Calvario”, Luís Tristán, ca.1613, Museo Nacional del Prado