LA PINTURA DEL RENACIMIENTO EN VALÈNCIA

INTRODUCCIÓN

València fue el lugar donde más temprano se introdujeron las tendencias pictóricas renacentistas italianas en toda la península ibérica. Esto se produjo gracias a las relaciones que la ciudad mantenía desde principios de siglo XV con la corte papal (primero con Benedicto XIII, el papa Luna y posteriormente con los papas Borja, Calixto III y Alejandro VI), y con la del rey Alfonso el Magnánimo, establecido en Nápoles.

Hay dos hitos artísticos que marcan la llegada del Renacimiento a València. El primero en 1472, con la pintura al fresco del presbiterio de la Seu, ejecutada por los pintores italianos Paolo de San Leocadio y Francesco Pagano, que se considera la muestra más temprana de arte renacentista en la península, y el segundo, la realización de las doce tablas que decoran las puertas del retablo mayor de la misma Seu, ejecutadas por Hernando Yáñez de la Almedina y Hernando de los Llanos en 1507 y que suponen el inicio de una escuela pictórica de inspiración leordanesca única. Finalmente, en el segundo tercio de siglo XVI, aparece Joan de Joanes, la figura artística valenciana más destacable del Renacimiento, cuya obra también generó una escuela de seguidores a su alrededor, hasta la llegada de la Contrarreforma y la introducción del naturalismo barroco a finales de siglo.

Hay que señalar que ni las ideas renacentistas ni el Humanismo fueron totalmente aceptados en València, donde aún perduraron durante muchas décadas las ideas medievales. Muchos de los temas no religiosos se consideraban paganos e incluso heréticos, por lo que, al igual que en el resto de reinos peninsulares, el Renacimiento se implantó de una manera más bien epidérmica y adaptada a la mentalidad local, muy diferente de la de Italia.

El gusto por “lo italiano” se introdujo a través de diferentes formas: la importación de obras de arte italianas, la presencia de artistas italianos en busca de nuevos mercados artísticos o reclamados por clientes valencianos, la difusión de obras de arte italianas a través de dibujos, grabados o copias o el viaje de artistas locales a Italia para aprender las nuevas técnicas y conocer personalmente los modelos y fuentes clásicas.

CONTEXTO HISTÓRICO

El Reino de Valencia era una de las entidades políticas que confomaban la Corona de Aragón, una monarquía compuesta en la que diversos territorios, siguiendo el principio de aeque principaliter (igualmente importantes), eran gobernados por un mismo monarca.

Con la subida al trono de Carlos I en 1516, los territorios de la Corona de Aragón se integraron en la posteriormente denominada Monarquía Hispánica, una entidad formada por un conjunto de territorios, más o menos independientes, que también seguían el principio de aeque principaliter, y cuyo epicentro de poder era el Reino de Castilla, la clase dirigente del cual ocupó los cargos más importantes de la Administración Real en todas las ciudades y gobiernos.

Hasta que Felipe II no estableciera de forma permanente la corte en Madrid en el año 1561, los reyes no residían en una ciudad fija. Tanto ellos como sus cortes eran itinerantes y viajaban constantemente por todos sus territorios.

La ciudad de València estaba acostumbrada al absentismo real, acentuado a partir del reinado de Fernando II de Aragón, que residió prácticamente de manera permanente en Castilla desde sus capitulaciones matrimoniales con la Isabel I de Castilla en 1469. Desde aquel momento, el polo de poder se desplazó hacia el centro de la península ibérica y València, al igual que otras ciudades de la Corona de Aragón, quedó en un lugar periférico.

De hecho, no fue un lugar muy frecuentado por los reyes. A lo largo del siglo XVI se sabe que Fernando II solo la visitó en una ocasión, Carlos I y su hijo Felipe II en dos cada uno y Felipe III en una.

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Mapa del Reino de Valencia. Abraham Ortelius. Bélgica, 1584

Para asegurarse el control en su ausencia, Fernando II instauró la institución del Virreinato, máxima autoridad del Reino que actuaba por delegación directa del monarca, que era quien lo designaba. Al principio se hacía entre familiares del propio rey y, a partir de Felipe II entre miembros de la nobleza castellana.

De esta manera, en la ciudad de València se encontraban dos poderes confrontados: el real y el del reino. El primero representado por el Virrey (el Lloctinent Reial), auxiliado por la Audiencia (la más alta instancia judicial) y el segundo, a través de les Corts y la Generalitat (o Diputació General), en manos de militares, aristócratas y eclesiásticos que recaudaban y legislaban en connivencia con el rey.

Los virreyes residían en el Palau Reial, hoy desaparecido, que estaba situado extramuros, en la orilla izquierda del Turia. La ciudad contaba con una pequeña corte virreinal que en tiempos del matrimonio de Na Germana de Foix y Fernando de Aragón, Duque de Calabria (entre 1526 y 1536), se convirtió en el centro de la vida social y cultural. A la muerte de Na Germana en 1536, el prestigio de la corte se incrementó al casarse el duque con Doña Mencia de Mendoza, rica heredera de formación humanista, coleccionista y mecenas de arte al estilo de las grandes mujeres del Renacimiento italiano, con un elevadísmo nivel cultural.

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Retrato de Na Germana de Foix. Anónimo, s.XVI

Otro polo cultural muy importante fue el eclesiástico. La Seo valenciana, desde su nueva creación en 1238, se caracterizó por su vitalidad, habilidades comerciales y contribución al arte y la cultura. Roderic Llançol i de Borja (Xàtiva, ca.1431 – Roma, 1503), vicecanciller de Roma en 1457 y obispo de València entre 1458 y 1492, fue un personaje tan influyente que consiguió del papa Inocencio VIII la segregación de la diócesis valentina de la de Tarragona, a la que había estado adscrita desde la conquista cristiana por Jaime I, elevando su sede a metrópoli. Poco después, Roderic fue declarado papa con el nombre de Alejandro VI, nombrando a su propio hijo, Cesar Borja (Roma, 1475 – Viana, 1507) arzobispo de Valencia con solo diecinueve años de edad, en un ejercicio de nepotismo muy propio de la familia Borja.

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Retrato del papa Alejandro VI. Cristofano di Papi dell’Altissimo. s.XVI.

LA CIUDAD DEL SIGLO XVI

DEMOGRAFÍA Y ECONOMÍA

Según el censo de 1510, València era la ciudad más poblada de la península. Se estima que contaba con unos 50.000 habitantes, cifra que quedó estancada a lo largo de todo el siglo.

La estructura social valenciana tenía su cúspide en la nobleza, formada por un reducido grupo de familias adineradas que había alcanzado esa condición gracias a las concesiones de los reyes, desde la creación del Reino por Jaume I en el siglo XIII. Al igual que estaba sucediendo en gran parte de Europa, durante el siglo XVI muchas de estas familias nobles comenzaban a abandonar sus señoríos rurales instalándose en la ciudad, donde vivían ociosamente de las rentas que obtenían de sus propiedades.

Dentro de la nobleza tambien había categorías. La pequeña nobleza estaba formada por Cavallers (nobles no titulados que habían sido armados caballeros) y Generosos (nobles no titulados que tampoco eran caballeros).

Aparte de la nobleza, existía un patriciado urbano conocido como Ciutadans, formado por un grupo de habitantes de la ciudad que había alcanzado un nivel económico y social elevado, compuesto por rentistas, mercaderes, comerciantes y  artistes (notarios, juristas y miembros de otras profesiones no manuales). Eran poseedores de grandes riquezas y en algunas ocasiones, normalmente a fuerza de dinero,  conseguían emparentarse con la nobleza, muy reacia a este tipo de matrimonios con plebeyos. Gran parte de los mercaderes eran extranjeros, sobre todo genoveses, aunque también había franceses y alemanes.

El Consell General de la Ciutat estaba en manos de Ciutadans, Cavallers y Generosos, elegidos anualmente de entre un lista llamada Ceda que enviaba el rey, aunque era confeccionada previamente por el Racional (persona de confianza del monarca y máximo cargo del gobierno local) y por el Síndic (representante de la institución frente a otras instancias de poder).

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Casa de la Ciutat de València. Anónimo, 1865.

La clase baja estaba formada por pequeños comerciantes y artesanos (estos últimos suponían el 87% de la población), así como por un minúsculo grupo de labradores que trabajaban diariamente en la huerta fuera del núcleo urbano.

Los oficios estaban divididos en gremios. Los principales eran los paraires (tejedores de lana), velluters (tejedores de seda), fusters, sastres i corredors d’orella (intermediarios en compraventas de productos de importación y exportación, peritajes y seguros marítimos y negociadores de letras de cambio).

El sector económico más importante era el textil, que aglutinaba a miles de trabajadores. La confección de pañería valenciana y tejidos de seda era un proceso caro que necesitaba de grandes inversiones de capital, por lo que se debían buscar mercados muy grandes y llegar a sitios lejanos para acceder al mayor número posible de gente con alto poder adquisitivo.

Las autoridades valencianas se preocupaban de que la ciudad estuviera siempre bien abastecida para evitar hambrunas y sus consecuentes revueltas populares. Esto, junto a los productos de lujo demandados por las élites económicas, necesitaban de una gran actividad importadora de productos de los que la ciudad carecía, compensada con la exportación de los excedentes de su producción artesanal (seda, muebles, cuero, cerámica, esparto) y alimenticia.

Su situación geográfica facilitaba el comercio con el resto de la península y con todo el Mediterráneo occidental. Por desgracia sus infraestructuras estaban en mal estado e insuficientes y no estaban a la altura de la actividad económica. A ello había que sumarle la inseguridad, tanto marítima como terrestre, así como la existencia de gran cantidad de impuestos, lo que contribuía a que el tráfico mercantil no estuviera todo lo desarrollado que habría podido estar en unas condiciones más favorables.

València carecía de puerto, hecho que nadie se explicaba visto su volumen de negocios. Solo había un precario embarcadero de madera en la playa, que quedaba inoperativo los días de temporal. Su escaso calado impedía llegar a los grandes barcos, que debían descargar por medio de botes. Aparte de ello, la ciudad estaba situada unos kilómetros en el interior y las mercancías debían transportarse hasta allí en carros por el Camí del Mar, donde muchas veces se producían asaltos y robos.

La actividad portuaria provocó el desarrollo del Grau (originalmente Vilanova del Grau), un poblado de barracas creado tras la conquista cristiana, aislado en la orilla del mar y rodeado de huertas. Estaba parcialmente amurallado y en 1531 se construyó un baluarte defensivo que lo protegía por la parte del mar, que tuvo un papel fundamental en el sistema de alarma y defensa del litoral. Fue demolido en el año 1855.

En el Grau estaban las drassanes, unos astilleros comparables a los de cualquier gran ciudad europea, aunque su actividad fue decreciendo a lo largo del siglo XVI hasta casi desaparecer, dedicándose sólo a almacén portuario.

El Descubrimiento de América en 1492, supuso un cambio muy profundo en el comercio mundial. A lo largo del siglo XVI las rutas atlánticas fueron adquiriendo protagonismo en detrimento de las mediterráneas, provocando una disminución de la actividad económica de la zona, que repercutió en la ciudad de València a todos los niveles.

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Embarque de moriscos en el Grao de Valencia. Pere Oromig, 1616.

ARQUITECTURA Y URBANISMO:

La ciudad del siglo XVI es conocida gracias al dibujo que realizó en 1563 el flamenco Anthonie van de Wijngaerde por encargo del rey Felipe II. En él se puede ver que el espacio intramuros era muy denso y estaba salpicado de torres y campanarios. Los espacios más grandes eran la Plaça dels Predicadors, también conocida como la Rambla (actual Plaza de Tetuán) y la Plaça del Mercat, centro cívico de la urbe, escenario de los principales eventos, entre ellos las ejecuciones, donde había instalado un patíbulo fijo de piedra.

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Imagen de València. Anthonie van de Wijngaerde, 1563.

La artería principal era el Carrer Cavallers, una prolongación intramuros del Camí de Quart, entrada principal de la ciudad por el oeste, que desembocaba en el centro administrativo y religioso del Reino (donde estaba la Seu, la Generalitat del Regne y la Casa de la Ciutat). La calle era objeto de especial atención por las autoridades y tuvo su momento de máximo esplendor palaciego durante el siglo XVI.

En aquella época existían cinco puentes sobre el Turia (el del Mar, del Reial, de la Trinitat, de Serrans y el Nou o de Sant Josep), cada uno de ellos asociado a los diferentes caminos que llegaban a la ciudad. El más importante era el Pont de Serrans, al que llegaba el camino de Barcelona y el de Zaragoza. El de la Trinitat, también conocido como el dels Catalans, coincidía con la Vía Augusta romana. El Pont del Reial servía para comunicar el Palau Reial con la ciudad, siendo muy popular el tráfico continuo de autoridades y mensajeros a través de los que se comunicaba el Virrey con las instituciones del Reino y la ciudad.

Por lo que respecta al núcleo urbano en sí, era un espacio insalubre lleno de suciedad y malos olores donde aparecían epidemias periódicamente. Numerosos brotes de peste acabaron con la vida de miles de valencianos a lo largo del siglo. En 1512 se fundó el Hospital General gracias a una sentencia arbitral del rey Fernando II que unificaba todos los hospitales de la ciudad en uno sólo, modernizándose el sistema de asistencia sanitaria. El edificio del hospital fue uno de los primeros en los que se introdujo la arquitectura renacentista. Era un conjunto extraordinario que, inexplicablemente, fue demolido casi en su totalidad en las años sesenta del siglo XX. La única parte conservada alberga actualmente la Biblioteca General de Valencia.

Con la Monarquía Hispánica de los Austrias y su concepción de la economía desde un punto de vista extractivo con grandes inversiones de dinero empleado en conflictos bélicos, la falta de recursos respecto al siglo anterior comenzó a hacerse patente en el Reino de València, hecho que provocó que no se realizaran grandes proyectos arquitectónicos.

Desde principios de siglo XVI, los elementos italianizantes comenzaron a hacerse visibles en la arquitectura de la ciudad, gracias al nutrido grupo de nobles y eclesiásticos que habían estado en Roma al servicio del papa Alejandro VI. Fueron muestras tempranas respecto al resto de la península que pueden verse actualmente en los artesonados del torreón del Palau de la Generalitat (ejecutados entre 1519 y 1534), o la decoración de medallones con efigies en la fachada del Consolat de Mar (1538-1548) anexo a la Llotja de la Seda.

Uno de los edificios fundamentales en la introducción del Renacimiento italiano fue el palacio del Embajador Vich (ca.1527), demolido en 1859, pero del que se conserva su patio reconstruido en el Museu de Belles Arts. En su momento fue una obra de vanguardia absoluta en la que se mezclaba la tradición arquitectónica valenciana (ventanas bíforas de la primera planta), con elementos clásicos como las columnas coríntias, los arcos de medio punto o los frontones triangulares que dotan al conjunto de una gran pureza y equilibrio arquitectónico.

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Reconstrucción del patio del Palau de l’Embaixador Vich. Museu de Belles Arts de València.

A partir de la segunda mitad de siglo XVI el lenguaje clásico italiano se adueñó de las grandes construcciones de la ciudad. Se difundía a través de los tratados de Alberti y Serlio. El arquitecto más importante de ese período fue Gaspar Gregori responsable de la reconstrucción de las enfermerías del Hospital General (1545) después de su incendio, que sentaría las bases para la nueva construcción del recinto. También diseño la conocida como Obra Nova de la Seu (1566), una tribuna exterior ejecutada por el cantero Miquel Porcar, edificada sobre la estructura gótica del ábside de la catedral, que estaba destinada a la contemplación de los acontecimientos y espectáculos públicos que se celebraban en la Plaça de la Seu. También se encargó de la reedificación del torreón de la Generalitat (1567), en un estilo que incorporaba gran parte del repertorio clásico expuesto en los tratados citados.

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Torre Antiga del Palau de la Generalitat

En 1548 el Duque de Calabria ordenó el inicio de la construcción del monasterio jerónimo de Sant Miquel dels Reis, lugar elegido por Na Germana de Foix como su lugar de enterramiento. La voluntad de la virreina era que el recinto fuera monumental y para ello se requirieron los servicios de Juan de Vidaña, criado a las órdenes del Duque, y de Alonso de Covarrubias, arquitecto real y principal responsable del proyecto. En el año 1578, la orden jerónima decidió modificar el proyecto, tomando como modelo el claustro de los Evangelistas del Monasterio del Escorial, de estilo herreriano, al igual que muchas obras arquitectónicas construidas en aquel momento en la península.

El broche de oro de la arquitectura renacentista urbana en València, poco antes de comenzar a aparecer el barroco, fue el Reial Col·legi Seminari del Corpus Christi (1586-1604), fundado por el Patriarca Juan de Ribera, siguiendo los preceptos de la Contrarreforma. La obra rompió totalmente con los esquemas tradicionales de las construcciones religiosas valencianas, siendo un compendio de aplicación de los órdenes y proporciones establecidos por los tratados tanto de la Antigüedad clásica como del Renacimiento.

El edificio se articuló en torno a un claustro contratado con Guillem del Rey en 1599, construido con un lote de columnas de mármol de orden toscano talladas en Génova, que la Duquese de Pastrana tenía almacenadas en los puertos de Alicante y Cartagena, a la espera de ser incorporadas en un palacio de su propiedad. Fueron compradas por Juan de Ribera y se instalaron en dos plantas formando galerías de arcos de medio punto, cubiertas con bóvedas de arista y configurando un espacio considerado como la obra más perfecta del clasicismo valenciano.