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“La lechera de Burdeos” de Francisco de Goya, 1825-1827

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La Lechera de Burdeos

Francisco de Goya y Lucientes

1825 – 1827

Óleo sobre lienzo

74 x 68 cm.

Museo del Prado, Madrid

En el año 1823 Fernando VII reinstaura en España la monarquía absolutista e inicia una represión feroz contra los “liberales”, epíteto con el que se denominaba a todos aquellos que apoyaron la Constitución de 1812. Francisco de Goya, asustado, pidió un permiso al rey para viajar al balnario francés de Plombières y con esa excusa, huyó de España y se instaló en Burdeos, donde residió hasta su muerte en 1828.

“La lechera de Burdeos” es una obra a la que Goya tenía mucho cariño. Es un cuadro pintado por una persona anciana, exiliada de su país, despreciada por la sociedad española, desencantada pero libre, tanto política como artísticamente. Goya ya no quiere pintar grandes retratos de personalidades, está cansado y acaba de sufrir una gran crisis personal, la que le llevó a pintar las Pinturas Negras de la Quinta del Sordo, así que se decide pintar, sin pretensiones, academicismos ni compromisos, a una persona humilde y sencilla, una mujer anónima del pueblo llano.

El cuadro está ejecutado con pinceladas largas y fuertes, muy marcadas y visibles, como harían posteriormente los impresionistas franceses, excepto en el cuello y el rostro de la mujer, donde la pintura está más difuminada.

La lechera tiene una expresión ausente, como etérea y soñadora. No sabemos si está pensativa o si está cansada del trabajo. En lo que si estamos de acuerdo es en lo bien que ha captado Goya sus sentimientos.

Ella es la única figura de todo el cuadro. Se supone que está encima de un animal, seguramente un burro que no vemos y el fondo es solo pintura, no hay nada, está totalmente deslocalizada. Solo aparece por el lado izquierdo un cántaro de barro bastante difuminado.

Cromáticamente todo el cuadro está pintado con colores fríos, algo que rompe con las reglas académicas, excepto la piel de la mujer, que contrasta con sus tonos cálidos y rosáceos.

Seguramente, más que un retrato, es una especie de homenaje a la belleza femenina, ya que no cumple los cánones y requisitos académicos de un retrato convencional, de hecho, la visión de Goya es bastante moderna y contemporánea, adelantándose a Courbert en lo que posteriormente se llamará Realismo.